viernes, septiembre 30, 2005

El Hombre de Blanco

Otro maldito bloqueo mental. No se me ocurre nada. Últimamente estoy con la sensación de ser incapaz de crear. Empiezo a sentir que me asfixian las paredes. Mejor salgo a dar una vuelta, tomar algo de aire y despejarme un poco. Busco mis zapatos debajo de la cama, me siento en ella y me los pongo. Agarro mi cuaderno y lapicera, bajo las escaleras y salgo a la calle. Deben de ser eso de las dos de la tarde, todavía no almorcé pero ya estoy acostumbrado a pasar hambre. No es que no me alcance la plata sino que me olvido de comer o directamente me da fiaca. Es primavera, el sol ahora no solo sale sino que además se anima a calentar. Bajo una cuadra, doblo a la derecha en la esquina y camino dos más. La plaza de la catedral es un lugar agradable para sentarse y dejar pasar el tiempo, observar a la gente sumergida en sus cosas. Imaginar de donde vienen, a donde van, con quienes se van a encontrar y porque lo hacen. Un buen lugar para crear cuentos y personajes. Me dirijo al centro de la plaza buscando algún banco libre para sentarme y mientras tanto me agarra la impresión de que estoy actuando siempre sin pensar, casi como si otra mente decidiera sobre mis acciones, o talvez como si todo lo que hago ya lo hubiese hecho antes en un mundo paralelo corrido apenas hacia el futuro, todo parece premeditado, pero no por mi. Encuentro un banco a la sombra de un árbol marchito, decido olvidarme de todo y concentrarme en lo que veo. Una pareja sentada al sol sobre el pasto que parece recién cortado. Deben de tener alrededor de veinte años, el tiene el pelo corto y oscuro mientras que ella lo tiene claro y largo hasta la cintura, esta usando un vestido floreado y el no para de acariciarle el rostro. Me detengo en la muchacha, sus ojos azules, nariz levemente empinada, labios rojizos y esponjosos como las frambuesas. Me hace acordar a una amiga que tuve y perdí en los años setentas. A pocos metros de la pareja se encuentra un joven barbudo y pelilargo vendiendo artesanías, las tiene expuestas sobre un mantel negro en el suelo. No da la impresión de que le importase mucho si vende algo o no, de hecho creo que esta durmiendo una siesta. Un poco mas hacia atrás y otro poco a la izquierda hay un hombre vestido entero de blanco sentado en un banco. Me mira fijo y parece estar escribiendo en un cuaderno. Nos miramos a los ojos y seguimos anotando. Cualquiera que nos viera diría que alguno de los dos es un mimo. Pone cara de estar concentrado y no desvía su mirada de la mía ni siquiera para ver lo que escribe. Siento como si estuviese hurgando dentro de mi cabeza. La situación ya se puso bastante incomoda pero elijo quedarme y ver que sucede con este hombre extraño. Aunque en el fondo creo que si me quisiera ir no podría. Advierto un cambio en su actitud, me sonríe y asiente con la cabeza pero no se detiene. Yo en cambio si, asaltado por un miedo que paraliza dejo caer la lapicera. Y de repente sin ningún aviso previo de mis espaldas brotan enormes alas plumadas rajando y destrozando mi camisa en mil pedazos. Ahora en total estado de shock lo busco al hombre de blanco que me sonríe y escribe. Las alas comienzan a moverse pero yo no las controlo, yo ya no controlo nada, si es que realmente alguna vez lo hice. Empiezo a volar y voy tomando altura de a poco, con los ojos clavados en los suyos. Abajo van quedando los árboles, la plaza, las parejas, los artesanos y aquel hombre. Aquel hombre que ahora se ve tan chiquito que se confunde con el banco también blanco. Y la verdad que llega corriendo y me pega como una trompada en el estomago, aquel extraño hombrecito de blanco que ahora desaparece en la distancia es nada mas y nada menos que mi creador, pues que solo soy un personaje de ficción, de esos que se inspiran una tarde de primavera en la plaza de la catedral.

viernes, septiembre 09, 2005

Un Guitarrista Blanco Con Un Blues Muy Negro

I.
Jay Rawlins era un joven guitarrista blanco en la tierra de los grandes guitarristas negros. Estamos hablando de New Orleans, ahí donde baja el río Mississippi serpenteando al ritmo del blues y del jazz. Sus padres habían muerto en un trágico accidente en los pantanos donde fueron tragados vivos por los cocodrilos. Esto sucedió cuando tenia apenas seis años. Lo más increíble del asunto fue que lo adoptaron en la familia de esclavos negros que trabajaban en los campos de algodón de su vieja estancia, estancia que había pasado a ser propiedad del estado ya que el era el único familiar sobreviviente y no tenía edad suficiente para reclamar nada. Así que Jay pasó su infancia trabajando en sus campos de algodón y tocando la guitarra por las noches con el resto de los niños negros. Se dice que para tocar un buen blues uno debe realmente sentir esa tristeza en la sangre y... perdóname slaves pero este ya me aburrió.

II.
El polvo se acumula sobre los estantes cubiertos de libros y discos. En una mesita, un viejo tocadiscos. El cuarto se encuentra en semioscuridad iluminado solo por una antigua lámpara de piso que produce una leve luz anaranjada. En el medio, una cama, sobre ella una dama desnuda. Esta fumando, escupe humo como chimenea de fábrica. Por la ventana abierta asoma la noche. La brisa juega con las cortinas y sus sombras bailan contra la pared. La dama en estado de trance fuma y observa. De repente una ráfaga mas fuerte de lo común entra aullando por la ventana, las sombras enloquecen y el tocadiscos comienza a rodar. Aunque no tiene ningún disco puesto empieza a sonar un blues profundo y sensual. Las sombras se retuercen y danzan al compás. La mujer sigue como hipnotizada y respira cada vez mas hondo. El sonido de la guitarra slide se desliza de un lado a otro en la habitación y crea dibujos con el humo. La dama larga el cigarrillo y se pone a temblar suavemente mientras gime como una negra cantante de gospel. El blues llega a su etapa culmine y finaliza con un agudo solo de guitarra cargado de dolor. La mujer estalla en una mezcla de orgasmo y llanto desolado. Una sensación extremadamente agridulce. Así son los blues verdaderos. El tocadiscos se frena y la brisa desaparece. Ya es casi de día y el único sonido dentro de la habitación es el de ella que continua sollozando.