viernes, junio 24, 2005

carlitos

Comenzaba el otoño del año 1937. Carlos Anchorena era el hijo único y malcriado (no estaba en su carácter pero sus padres le dedicaban toda su atención) de una familia aristócrata. Carlitos no tenía amigos, los otros niños le parecían estúpidos y aburridos, de hecho todo le parecía aburrido. El tedio lo invadía constantemente y lo introducía en un estado de sopor que todos le atribuían como un signo de pereza.
El y su madre salieron de la confitería, cada uno con un pastel entre las manos y se pusieron a cruzar la plaza tranquilamente cuando sucedio lo que para Carlitos fue una aparición. Un ser como el que nunca había visto se acerco hacia ellos y se interpuso en su camino. Era un hombre de cara amable y barbuda que para Carlitos emanaba vida a través de cada uno de sus poros. En su mirada encontró la sabiduría de un anciano centenario y la inocencia de un nene de cuna. Su ropa, vieja y roñosa le daba la apariencia de una mugrienta cama desecha que había tomado vida y se paseaba por las plazas porteñas. Luego la cama hablo:
- ¿Señora no puede ayudarme con algo para comer?
Su madre se puso incomoda pero súbitamente se transformo con un gesto maternal y la ofrenda del pastel hacia este maravilloso ser, que agradeció y se marchó con su larga cabellera al viento.
- Mamá, ¿quien era ese?
- Era un vagabundo.
- Mamá, yo también seré vagabundo.
- No digas tonterías niño, eso no es para los Anchorena.
Pero Carlitos nunca olvido aquel día, y cuando creció y después de que sus padres lo obligaran a cursar dos años en la facultad de derecho, se fugó y se hizo vagabundo. Recorrió todo el país y luego todo el continente sobre los trenes de carga. Se alimento con lo que le tiraba la vida, encontró mucha gente de su interés (con las que compartió breves pero inolvidables experiencias) y conoció esos lugares que se creé que existen solo mientras se los tiene ante los ojos. Esta es la historia del Flaco Carlitos, vagabundo por afición.

1 comentario:

breton dijo...

gracias kerouac.