jueves, julio 26, 2007

Desdoblamiento pugilista

A Sánchez le gustaba desconcentrarse totalmente de la pelea en los momentos previos a subirse al ring. Necesitaba relajarse, pensar en cualquier otra cosa. Treparse al cuadrilátero como quien pasa de la cama al living, y recién ahí, una vez sonada la campana transformarse en una maquina demoledora. En el vestuario, mientras se envendaba las manos y ponía los guantes, le hacía leer en voz alta a un asistente artículos de revistas de diversos temas en los cuales Sánchez se zambullía fervorosamente escapando de la inminente disputa. Y la noche del título mundial no fue la excepción. Era una nota sobre los déjà vu y sus posibles explicaciones. Sánchez se interesó particularmente por una que afirmaba que los déjà vu sucedían cuando dos mundos paralelos y casi idénticos compartían un mismo espacio temporal y en ese instante se miraban a los ojos. De esta manera intercambiaban información y producían ese efecto de recuerdo lejano en las mentes humanas. A veces la cantidad de información intercambiada era tal que esta dejaba una huella visible en estos espacios-tiempos, y aunque sutil, imborrable, como cuando uno desdobla la punta de una hoja marcada en un libro.

Camino del vestuario hacia el ring escuchaste el publico rugir mas que ninguna otra vez, pero de todas maneras no quisiste cortar tu desconcentración, tu concentración en lo otro, algunas veces fueron las ballenas francas o las pirámides de Egipto, esta vez los déjà vu. Subiste tranquilo y pasaste por entre las cuerdas, comenzabas a dejar venir el animal de a poquito, levantaste los puños y saludaste al público, en los aplausos sentiste que tenias a la mayoría del publico de tu lado, que la hecho de hacer la pelea en tierras neutrales había sido buena idea, en los Estados Unidos hubieras sido abucheado sin importar que tu rival sea negro. Los déjà vu, esa sensación de familiaridad y extrañeza, el animal tenía que esperar para saltar recién con el campanazo. Otra vez el rugido del público, viste subir a Jones golpeando el aire furiosamente con sus puños de rojo, lo mediste casi de reojo mientras estirabas los brazos hacia atrás y calentabas los músculos. El momento en que dos mundos paralelos se miran a los ojos, la bestia se sacude y se agazapa, expectante pero serena. Tu entrenador te llamó la atención, el árbitro los estaba convocando al centro del cuadrilátero para decirles esas cosas que ya saben, pero sobre todo para que se enfrenten los rivales, se observen detenidamente, la presa se encuentra con los ojos de la bestia y se echa a correr. Volviste para tu rincón y ahora lo único que había en el mundo era aquel negro de enfrente y una campana como una cadena que te agarraba del cogote pero que estaba a punto de ceder.

Salí a embestirlo y devorarlo crudo como hago siempre, pero me encontré con la respuesta de un rival realmente digno de mi furia. Logré meter algunos guantazos que hubieran destrozado otros vagos que enfrente en el pasado pero también recibí un par de golpes como relámpagos de fuego de parte del negro. Sonó la primera campana y creo que ambos volvimos sorprendidos para nuestros rincones. Mi entrenador me recibió con gritos de aliento y solo pensé en volver con más fuerza. Los rugidos del público bajaban al ring como oleadas de viento caliente. Pegué y pegué como trenes pesados y certeros pero me encontré con una pared de acero y no podía dejar de pensar en sus guantes rojos como si fueran de fuego cada vez que me llegaban sobre el rostro. Los rounds fueron pasando y sentía como si la cabeza se me hubiera hinchado hasta duplicar su tamaño y se me había encendido en llamaradas naranjas. Jones sangraba de su parpado derecho y eso alentaba mi animal que ya estaba cansado. Los brazos me pesaban como si estuviéramos peleando bajo el agua. El negro me lanzó un puñetazo cruzado que supe esquivar, por un instante que debió ser ínfimo mi rival perdió el balance y quedo a cara descubierta. Nos miramos a los ojos y supimos que era su final. Volví a encarrilar el tren ahora pesado y lleno de pasajeros hacia su mandíbula y la embestí con todo el peso de mi cuerpo. Mi puño le hizo girar la cara hasta que su pera alcanzó su hombro y comenzó a caer como una bolsa de elefantes muertos. El público explotó con ráfagas blancas y de colores y mis oídos se llenaron de algo que venía desde muy lejos, como de otro tiempo. Miré al negro caer como si lo hubiera visto caer ya de aquella forma idéntica; con su brazo izquierdo hacia atrás y después del cuerpo, y su brazo derecho para adelante, su puño enguantado quedando atrapado entre su cuerpo pesado y la lona blanca. Su cabeza llegando al suelo de costado y hacía mi, su rostro ausente de persona como un muñeco. Si, ya lo había visto, ya lo había sentido, ¿pero donde? El arbitro me levantó el puño izquierdo y aquel pelado ya me lo había levantado de la misma forma hace muchos años en algún lado lo puedo jurar por dios. Mi entrenador entró corriendo como si viniera desde un álbum de fotos familiares y me cubrió la cabeza con la bandera argentina y un abrazo que claro ya me había abrazado. Por un instante quedé en la oscuridad de la bandera.

Sentí que todo el peso de mi cuerpo estaba siendo sostenido por debajo. Los ojos me pesaban increíblemente pero de a poco los pude ir abriendo. Por un momento solo vi el blanco de los faroles pero poco a poco se fueron dibujando otras imágenes. La gente gritando y saltando. Saqué mi puño derecho de debajo de mi cuerpo y trate de acomodarme un poco, estaba muy dolorido, la mandíbula me estaba matando. Mi entrenador se acerco entre la gente para ver como me sentía, me preguntó si sabía que acababa de ocurrir, si sabía donde estaba, no le contesté. La gente que saltaba se veía tan grande desde abajo. Todo me llegaba lentamente y como desde otro lado, como si viniera desde abajo del agua, parecía familiar pero mojado o pegajoso. Una mole negra envuelta en la bandera estadounidense se doblo frente a mí y me dio la mano, creo que me felicitó, luego se desdobló sobre sus pies y alzó sus brazos para el público.

jueves, junio 28, 2007

Haga de cuenta que esto no es suyo

Horario de almuerzo en la oficina, López descansa sobre un banco en plaza san martín. Tiene los ojos cerrados, el sol le pega en la cara, se desanudó la corbata. Un hombre vestido íntegramente en seda violeta se acerca y se sienta a su lado. Lo observa de reojo y le dice con voz aguda – Haga de cuenta que esto no es suyo -, López abre los ojos, -¿Como? – El hombre de seda violeta le apoya un reloj dorado sobre la pierna derecha. – Le digo que haga de cuenta que esto no es suyo – López niega con la cabeza – Pero si es que nunca he visto este reloj en mi vida -. El hombre sonríe – Muy bien, muy bien, ahora guárdeselo en el bolsillo interior de su saco -. López se ríe y mira para todos lados - ¿Qué es esto una joda? -. Ahora el hombre niega con la cabeza – La primera parte ya la hiciste bien, ahora guardate el reloj en el bolsillo -. López lo mira a los ojos y se da cuenta que el tipo habla en serio, piensa que talvez se escapo de un manicomio, algún manicomio para gente adinerada, por el pijama. Agarra el reloj cuidadosamente y lo guarda dentro del bolsillo que yace sobre su corazón. – Ahora cierre los ojos y cuente hasta diez -. López cierra los ojos y comienza a contar, cuando llega a cinco abre su ojo derecho y espía, ve que el hombre vestido de seda violeta se aleja. Pero luego se frena y dándose vuelta, vuelve sobre sus pasos y se sienta otra vez a su lado. El hombre comienza a hablar lentamente sobrepronunciando las palabras – Esto le va a parecer un poco extraño, pero que me diría si le digo que usted tiene ahora un reloj de oro macizo dentro de su bolsillo superior izquierdo? -. – Le respondería que usted está completamente loco -. - ¿Ah si?, fíjese nomás -. López mete su mano derecha dentro de su bolsillo izquierdo y saca un chicle de menta y un boleto de tren. El hombre de seda violeta lo mira desencajado – Pero no puede ser -. López se hace el sorprendido – Y sin embargo yo viajo siempre en colectivo, no tengo idea como ha logrado meterme esto aquí dentro -. – No pero realmente debería haber aparecido el reloj, esto nunca me había pasado, perdóneme estoy muy avergonzado- . El hombre esconde su cara entre sus manos y parece llorar. López saca el reloj de su bolsillo y lo apoya sobre la pierna vestida de violeta de aquel hombre – Haga de cuenta que esto no es suyo -. El hombre de violeta ve el reloj y ambos se miran a los ojos. López se retira a su oficina.

miércoles, junio 27, 2007

Nada

Nos encontramos en la mitad de un invierno húmedo en la ciudad de Buenos Aires. Ciertas personas madrugan más que las otras, Pepe se encuentra abriendo su puesto de diarios y acomodando todo en su lugar. Todavía queda largo rato para que se asome el sol. Pepe tiembla, pero no es por el frió, hoy siente que le pica algo por dentro pero no sabe donde rascarse. Va y vuelve sobre sus pasos bajo la luz blanca que ilumina su puesto.

¿Por qué ser una cosa cuando puedo ser nada? Aflojar los barrotes de esta jaula que me nombra y me posiciona. Que bueno sería nadar en la nada más absoluta de la circunstancialidad. Mientras menos cosas sea más libre me he de sentir. Que me golpee solo el tiempo, con sus pesados tics y tacs, de los que nadie puede escapar.
No quiero ser ni argentino ni bostero ni peronista, todo esto ya me queda chico y me tira para abajo, como correr cuando uno lleva puesto ropa mojada.
Desde la cima de las montañas de la libertad gritaré mis sueños hacia los cuatro vientos, pues mañana no se que camino tomaré.
Desde hoy seré únicamente una persona, habitante de este mundo, lamentablemente atado al tiempo, al tiempo y nada más.


Un cliente se acerca, lo reconoce, es Julián de acá a la vuelta. Pepe agarra y acomoda el diario Clarín y una revista para hombres que él suele comprarle.

Julian: ¿Como estas Pepe?

Pepe: Lamentablemente atado al tiempo, al tiempo y nada más.

Julian: (Mirando hacia el cielo) Uh, si, se viene una tormeeenta. ¿Me anotas esto? Nos vemos, cuidate!

Julian se aleja apurado. Pepe se sienta en su banquito dentro del puesto.

Talvez en la muerte dejemos de ser tiempo, talvez no, de todas maneras prefiero no averiguarlo todavía.

Sus ojos se apoyan sobre un pilón de revistas con muchachas que le hacen frente al invierno porteño con su piel como único abrigo.

Que buen ojete.

miércoles, mayo 23, 2007

Una de vaqueros

Sam McKane ……………………….Emilio Disi
Pistol Pete ………………………….Fernando Travaglini
Patty Valentine (camarera)….Silvia Suller


Tercer y último acto; en el que Sam saca a pasear su diente y lo pierde en la oscuridad y otras cosas mas.

El viejo Sam esta sentado frente a una mesita de madera en una vieja y oscura taberna del oeste. Delante suyo tiene un vaso de güisqui. Está vistiendo todas esas cosas que visten los vaqueros, incluyendo las botas puntiagudas con espuelas y un gastado sombrero. Bebe.

El joven Pistol Pete ingresa a la taberna desconsolado y se sienta a la mesa con Sam.

Pistol Pete: Hay muchas cosas que no logro entender McKane, pero una sobre todas me está fastidiando con la eficacia de los mosquitos.

Pete lo mira a Sam pero este bebe sin decir una palabra.

Pistol Pete: Es sobre el valor que se da a las cosas y yo creo que poco tiene que ver con su valor verdadero, ¿Quién decide tales cosas? ¿Quién dice que el güisqui es más valioso que la leche?

Pete intenta agarrar el vaso de güisqui de Sam pero este lo niega con un gruñido amenazador.

Pistol Pete: ¿Por qué el diamante es más caro que los vidrios coloridos que cuelgan en el almacén del pueblo? ¿Porque la gente se moviliza y dedica su miserable vida a estas cosas?
Pero por sobre todo, ¿porque mierda cambiaste tus treinta vacas, que era todo lo que tenias en este mugriento mundo, por una pequeñísima moneda de oro?

Sam McKane apoya su vaso ahora vacío y sonríe, sacando a relucir el único diente en su boca que brilla dorado como el sol.

Entra Patty Valentine con su rubia cabellera ondulada, su cintura de avispa y sus grandes pechos encorsados.

Sam cierra la boca.

Sale Patty Valentine.

Sam abre la boca y saca a relucir su diente dorado.

Entra Patty Valentine.

Sam cierra la boca.

Sale Patty Valentine.

Sam abre la boca aun más grande y deja escapar una risa seca como bostezo de momia. Su diente dorado encandila.

Patty Valentine entra y camina voluptuosamente hasta la mesa donde están Sam y Pete.


Patty Valentine: Oye Sam hoy estas mas precioso que nunca.

Patty le entrega un beso en el cachete al viejo.

Patty Valentine: Toma querido te traje un poco mas de güisqui, este vaso lo invito yo, guapo.

Patty Valentine le sirve güisqui a Sam y se retira balanceando su cadera ante la aturdida mirada de Pistol Pete y la mueca de felicidad de Sam, que bebe su güisqui con orgullo.

Pistol Pete: Está bien viejo, está bien. Nos vemos mas tarde, no te atragantes con tu precioso güisqui, sería una lástima.

Pistol Pete se levanta y sale por la puerta principal de la taberna. Sam termina su güisqui y se pone de pie, camina hacia la entrada.

El escenario está sobre una gran rueda horizontal que gira en ciento ochenta grados de modo que ahora el público queda mirando la fachada de frente de la taberna y la calle de tierra seca, con un gran cardón a la derecha y dos caballos flacos a la izquierda.
Vemos salir a Sam (entrar al escenario) desde adentro de la taberna que ahora quedó detrás.

Un águila con una serpiente colgándole del pico pasa volando por sobre su cabeza y va a pararse sobre el cardón. Sam la sigue con la mirada y gira su cuerpo hacia el cardón. Se miran mientras que la serpiente retuerce su ultimo retuerzo y muere.

Pistol Pete aparece a un costado del escenario a espaldas de Sam.


Pistol Pete: ¡Oye Sam!

Sam McKane se da vuelta y lo mira. Pistol Pete desenfunda su revolver y dispara a Sam en el pecho, que cae moribundo al piso.

El águila sobre el cardón deja caer la serpiente y desaparece volando.

Pistol Pete camina hasta donde esta tirado Sam y se agacha a su lado.Las luces del escenario se apagan.

Desciende una pantalla blanca donde se proyecta lo siguiente; Primerísimo Primer Plano de Sam muriendo, aparecen las manos de Pistol Pete que le abre la boca y la encuentra vacía de dientes y de oro. Se oye el grito del águila y Sam deja escapar su vida con un risa seca como el bostezo de una momia.

Fin

sábado, marzo 31, 2007

Muerte Roja

El teléfono sonó por sexta vez cuando Muerte Roja se levantó de la cama y atendió llevándose perezosamente el auricular al oído. La rimbombante voz de un adolescente intentaba venderle un seguro de vida. Muerte Roja gruñó y le colgó el teléfono cortantemente.
Ante la atónita mirada de sus compañeros de trabajo, Juan Pérez caía muerto sobre un charco de su propia sangre, desangrado por la oreja derecha, dentro de su cubículo, al fondo de un piso de oficinas en pleno micro centro.

miércoles, febrero 14, 2007

El calor del Congo

Esta noche el aire es como una plancha caliente que se te vuelca encima y te aplasta contra el suelo. Hace días que la lluvia está a la vuelta de la esquina pero no se anima a asomar su refrescante cabeza. El sudor ya es como una segunda piel y casi no recuerdo lo que era estar seco. Me acuesto de espaldas sobre la cama y siento como las sábanas se me adhieren al cuerpo. Por la ventana inútilmente abierta me llega el ruido de una ciudad despierta, demasiado viva para este calor.
Apago las luces y me dejo llevar, fácilmente cruzo el océano y el calor es el calor del Congo. El calor de la selva africana y ella. El calor del Congo y nosotros. Y el calor se tolera cómodamente porque es un calor justificado, un calor que vale la pena, lleno de mundos extraños y aventuras. Un calor empapado en descubrir y dar pasos hacia lo desconocido, y sin embargo con la seguridad de tenerla a mi lado.
Caminamos por un sendero angosto bajo un techo verde de árboles por donde se filtran verdes rayos del sol, y todo lo que nos rodea son plantas sobre plantas en una verdadera orgía vegetal. Vamos sin decirnos demasiado pero compartiendo bastante y todo nos sorprende. Constantemente se oye un sinfín de gritos de pájaros y monos, y también los vemos pasar. Cada vez mas fuerte se oye el palpitar de un tambor que debe ser nuestro guía local que nos llama desde el asentamiento. La tomo de la cintura y le comento que tengo hambre y mas vale que Diktu nos esté esperando con algo de comida. Ella dice algo de que le da miedo lo que nos puedan llegar a dar para comer. Reimos ante la idea de saborear algún mono o la posibilidad de que nosotros seamos la comida de la tribu.
Ya podemos ver que mas adelante en el camino hay un claro entre los árboles donde se divisan unas chozas y un tubo de humo gris que sube al cielo como un remolino. La abrazo mas fuerte contra mi cuerpo como queriendo guardarla dentro mío y le digo que podría viajar para siempre con su compañía, frenamos y nos besamos como se besaron los primeros dos humanos en la selva, y escucho como pasa el 168 con un silbido y el ronquido del motor que hace temblar mi ventana en Buenos Aires. Estoy pegado a mi cama en la oscuridad y ella parece haber quedado tan lejos del otro lado del océano entre simios, aventuras y todo ese verdor. Y este calor insoportable.