viernes, mayo 19, 2006

Redonda

Era una noche fresca sobre el lago Titikaka. El sol ya enterrado, terminada su guardia. La luna se había trepado al cielo lentamente como una gorda y pálida señora de la alta burguesía. Redonda. Sobre el agua oscura del lago reflejaba la luna un largo camino de marfil hasta la orilla.

Carlitos vagaba por ahí. Tres cosas se oían y nada mas; las piedras bajo sus pies descalzos, el leve ir y venir del agua sobre la orilla y el ronquido desesperado de su propio estomago. Hace tres días que no probaba siquiera una miga de pan. Lo que daría en ese momento por un pan duro y verde de hongos. Pero nada. Hace un par de horas que había entrado en un estado semi-alucinatorio. La tierra olía a chocolate, las casitas de adobe parecían de flan y por poco le había tirado un mordiscazo a una niña que había cruzado su camino en bicicleta hacia un rato. Sin más fuerzas para continuar, Carlitos había caído sobre las piedras a la orilla del lago.

Titikaka ¿A quien se le ocurre? Apenas hay comida para los locales, este no es lugar para un vagabundo. Lentamente se llevó una piedra a la boca. No sabía nada mal. No logró morderla ni tragarla. La escupió. Giró un poco hasta estar mirando hacia el lago. Ahí estaba la luna, gorda. Redonda.

Juntó fuerzas y ayudándose con las manos se puso de pie. Tambaleando se acercó hasta el lago. Sintió el frío mojado del agua en los pies. Se arremangó la camisa hasta la altura de los codos. Concentrado se agachó y se aferró con fuerza al reflejo blanco de la luna. Con un poco de esfuerzo logro levantarla y separarla del agua misma. Echando su cuerpo levemente hacia atrás comenzó a tirar del reflejo como si fuese una soga gruesa, talvez un fideo gigante. Carlitos veía la luna comenzar a descender en la oscuridad y se le hacía agua la boca. Siguió tirando. La luna llegó al horizonte y se zambulló al agua como una albóndiga en su salsa. Siguió tirando. La luna se acercaba flotando e iba dejando dos surcos por detrás. Avanzaba pausadamente con cada tirón.

Con sus últimas energías sacó la luna del agua, su reflejo enredado en un pilón sobre las piedras. Levantó la bola resplandeciente entre sus manos. Estaba tibia y tenía el tamaño de una pelota de fútbol. Se la llevó a la nariz e inhaló profundamente. Olía a pan caliente, queso fresco, carne asada, la sopa de la abuela, a chocolatada, a miel, a pimienta y también a mujer. Carlitos le dio un mordisco y después otro. Sentía como se deshacía en su boca y bajaba lentamente hasta su estomago. Como se iba hinchando de a poco con todos los sabores imaginables, un verdadero orgasmo gastronómico. Dando el último mordisco cayó de espaldas al suelo, una sonrisa dibujada en la cara. Pipón, pipón. Su panza se elevaba y le obstruía la vista del horizonte. Redonda. Sintió un movimiento extraño dentro suyo, algo que le subía hasta la boca. Con un fuerte eructo, más cercano al rugido de un león que al eructo humano, largo un polvo brillante volando por el aire. Llenando el cielo de estrellas.