jueves, octubre 12, 2006

La Contrarreforma De Tu Hermana

Un martes cualquiera vas a ver, hasta las nubes van a arder. Un día tu hermana se va a levantar a la hora de la gota rebalsada y el suelo va a temblar en anticipación. Se va a calzar sus botas de cuero de búfalo asado y va a bajar hasta la plaza principal caminado con el peso de una decisión fulminante, pisoteando el asfalto hueco que palpitará como un tambor de lo mas lúgubre. Pum, Pum, Pum. En la plaza se reunirán todas las hermanas revolucionarias, un martes cualquiera, y se hará la repartición de tareas. Armas en mano embestirán contra el gobierno y la iglesia católica y las centrales de televisión y los zoológicos y las escuelas privadas y los centros comerciales y la iglesia católica de nuevo, porque nunca se puede estar demasiado seguro. Un martes cualquiera todas las hermanas del mundo beberán una botella matutina de güisqui y con pezones punzantes saldrán a matar. La sangre va a correr una vez mas río abajo y los salmones la llevarán chorreando por sus escamas río arriba también. Nadie que no tenga que sobrevivir lo hará. El día de las hermanas. Un martes cualquiera. Vas a ver.

jueves, septiembre 21, 2006

Ay Quiroga ###

Nunca jamás uno debe admitir que anda con tiempo de sobra en las manos. Nunca. Jamás. El tiempo es mas valioso que el oro, cualquiera podría intentar usurparle este tiempo, de pura envidia. Ah si como no, ¿pensabas practicar un poco de aeromodelismo el domingo? Porque no me adelantas los documentos para la transferencia del martes, y ¡Zaz!, el tiempo tan minuciosamente cultivado se ha escapado como pedo de vieja.
Quiroga esto lo sabía a la perfección, así que llegado el viernes a la tarde en la oficina de asuntos exteriores del country club Fencer McGraw, ya estaba planeando como disfrutar de su tiempo y que nadie se lo pudiera robar. Trabajaría hasta el último segundo como una abeja.
Aprovecho este momento para abrir un paréntesis. Cuenta la leyenda que las abejas alguna vez fueron tigres que hicieron alarde sobre la vasta cantidad de tiempo que poseían para rascarse y lamerse las partes, a estos tigres se los cortó en miles de pedacitos y a cada pedacito se lo dotó de minuciosas alas y así y todo, cada pedacito fue condenado a trabajar infinitamente. Es por eso que los únicos tigres que aún sobreviven, laburan en los zoológicos o modelan para las cajas de zucaritas. Cierro paréntesis.
Como todos sabemos a las seis de la tarde se abren los portones al fin de semana. Con un silencio y un leve crujir de los huesos Quiroga se despediría de su jefe y caminaría cargado con la mayor cantidad de papeles posibles hasta el ascensor. Si por una cruel casualidad su jefe decidiera intrometerse en su recorrido y preguntarle sobre posibles planes venideros, Quiroga le diría que su madre venía planeando hace largo rato su funeral para este sábado y que el domingo debía hacer de réferi en una partida de bádminton en el mundial de Australia. Usted sabrá entender Señor, además mire la cantidad de papeles que llevo en la mano. Tiene razón Quiroga, esa es una admirable cantidad de papeles que lleva en la mano. Así es como se daría la situación.
Una vez en el pasillo evitaría si es posible el ascensor, y bajaría directamente por las escaleras, talvez alcanzaría con mover su cabeza violentamente de un lado para el otro ante la presencia de otros oficinistas. Afuera del edificio sacaría su celular del bolsillo y lo llevaría hasta diez centímetros de su rostro. Posición que mantendría durante las siete cuadras que debería caminar hasta su casa. Un celular es un aparatejo tecnológico que sirve como calculadora, apoya papeles, objeto contundente para defensa personal, jugar al tetris, mascota, agenda, computadora, televisor, radio, reproductor de música, de películas, de cáncer de lengua y de testículos. Pero sobre todo es genial para evitar toda comunicación con personas circundantes.
Llegado a su casa Quiroga cerraría todas las puertas, ventanas y persianas con llaves y candados, desconectaría los teléfonos, clausaría las tapas de los retretes, daría vuelta todas las fotos y cuadros, correría hasta su habitación, se encerraría en su armario, se arrodillaría en el suelo, cerraría sus ojos (uno siempre está aún mas escondido con los ojos cerrados), y últimamente sacaría su húmeda lengua al aire fresco, para poder de esta manera, saborear cada instante de su tiempo libre.

viernes, agosto 25, 2006

Ay Dolores

Imagine usted la perplejidad de Quiroga al despertar con malestares estomacales. Imagine usted la perplejidad de alguien que nunca ha sentido tal cosa, y menos aún a esas horas de la mañana, ridículo. En un principio pensó que podría ser a causa de un pequeño rinoceronte creciendo dentro suyo. Pero pronto la idea fue descartada ya que los rinocerontes viven en el continente africano. Un rinoceronte pastando las plazas porteñas era una idea, por lo menos, descabellada.
Luego se le ocurrió que podrían haber sido los canapés de atún. Los canapés son unos pequeños alimentos secos y pastosos que se ingieren de pie en reuniones sociales de alta alcurnia, estos se cogen con los dedos y se mastican de a poco mientras se discute sobre política o mientras uno pantarruchéa sobre sus últimos éxitos laborales. Pero esta idea también fue arrojada al olvido secamente ya que Quiroga jamás había probado un canapé en su vida.
Mientras Quiroga se ponía de pie y descartaba sus piyamas con manos temblorosas, una tercera idea invadió su mente. ¿No podrían ser estos dolores frutos de su imaginación, como lo eran los mangos y los kiwis? Largo rato estuvo el mascullando esta última idea e incluso hasta después de haberse atado los cordones pero no consiguió refutarla. De todos modos decidió consultar un médico esa misma tarde, sin falta.
El Dr. Rodrigo, de apellido, supo casi de enseguida cual era el problema con Quiroga, era un caso que se estaba repitiendo seguido en gente de su generación. La generación del liquid paper. Dentro de su estomago, Quiroga estaba formando lo que los médicos están llamando; Un Sol, que es nada mas y nada menos que una pequeña bola de gases. El Dr. Rodrigo le recetó unas buenas flatulencias antes del desayuno y una buena dosis luego de pasear al perro. Eso iba a mantener las cosas bajo control. Quiroga le explicó que no tenía perro ya que vivía en un mono ambiente, pero el Doctor fue muy claro con esto, debía de cambiar al mono por un perro inmediatamente. Si es que quería sobrevivir claro.

martes, agosto 08, 2006

viernes, mayo 19, 2006

Redonda

Era una noche fresca sobre el lago Titikaka. El sol ya enterrado, terminada su guardia. La luna se había trepado al cielo lentamente como una gorda y pálida señora de la alta burguesía. Redonda. Sobre el agua oscura del lago reflejaba la luna un largo camino de marfil hasta la orilla.

Carlitos vagaba por ahí. Tres cosas se oían y nada mas; las piedras bajo sus pies descalzos, el leve ir y venir del agua sobre la orilla y el ronquido desesperado de su propio estomago. Hace tres días que no probaba siquiera una miga de pan. Lo que daría en ese momento por un pan duro y verde de hongos. Pero nada. Hace un par de horas que había entrado en un estado semi-alucinatorio. La tierra olía a chocolate, las casitas de adobe parecían de flan y por poco le había tirado un mordiscazo a una niña que había cruzado su camino en bicicleta hacia un rato. Sin más fuerzas para continuar, Carlitos había caído sobre las piedras a la orilla del lago.

Titikaka ¿A quien se le ocurre? Apenas hay comida para los locales, este no es lugar para un vagabundo. Lentamente se llevó una piedra a la boca. No sabía nada mal. No logró morderla ni tragarla. La escupió. Giró un poco hasta estar mirando hacia el lago. Ahí estaba la luna, gorda. Redonda.

Juntó fuerzas y ayudándose con las manos se puso de pie. Tambaleando se acercó hasta el lago. Sintió el frío mojado del agua en los pies. Se arremangó la camisa hasta la altura de los codos. Concentrado se agachó y se aferró con fuerza al reflejo blanco de la luna. Con un poco de esfuerzo logro levantarla y separarla del agua misma. Echando su cuerpo levemente hacia atrás comenzó a tirar del reflejo como si fuese una soga gruesa, talvez un fideo gigante. Carlitos veía la luna comenzar a descender en la oscuridad y se le hacía agua la boca. Siguió tirando. La luna llegó al horizonte y se zambulló al agua como una albóndiga en su salsa. Siguió tirando. La luna se acercaba flotando e iba dejando dos surcos por detrás. Avanzaba pausadamente con cada tirón.

Con sus últimas energías sacó la luna del agua, su reflejo enredado en un pilón sobre las piedras. Levantó la bola resplandeciente entre sus manos. Estaba tibia y tenía el tamaño de una pelota de fútbol. Se la llevó a la nariz e inhaló profundamente. Olía a pan caliente, queso fresco, carne asada, la sopa de la abuela, a chocolatada, a miel, a pimienta y también a mujer. Carlitos le dio un mordisco y después otro. Sentía como se deshacía en su boca y bajaba lentamente hasta su estomago. Como se iba hinchando de a poco con todos los sabores imaginables, un verdadero orgasmo gastronómico. Dando el último mordisco cayó de espaldas al suelo, una sonrisa dibujada en la cara. Pipón, pipón. Su panza se elevaba y le obstruía la vista del horizonte. Redonda. Sintió un movimiento extraño dentro suyo, algo que le subía hasta la boca. Con un fuerte eructo, más cercano al rugido de un león que al eructo humano, largo un polvo brillante volando por el aire. Llenando el cielo de estrellas.

sábado, abril 15, 2006

sobre la ruta 37

Morgan “Pitbull” McFly conducía su Corvette descapotable naranja por la ruta 37 tajando el desierto de Arizona. El sol castigaba desde lo alto del cielo. A su lado, en el asiento del acompañante, dos revólveres cargados. Recostado sobre el asiento trasero un puerco de noventa y cinco quilos con un moño violeta alrededor del cuello.
- No te impacientes Frank, ya casi estamos- le dijo al puerco por el espejo retrovisor.
- Vamos a recuperarla en un santiamén ya veras-
Frank dejó escapar un pedo con aroma a zanahoria y bosta a la vinagreta.
- Ese es mi muchacho-
A lo lejos, casi sobre el horizonte y un poco a la derecha, una mancha oscura se agrandaba en la tierra árida.

Detrás de una vieja capilla en el kilómetro doscientos cincuenta y seis de la ruta 37 estaba por casarse una joven pareja local. Sentados sobre sillas blancas de plástico había una veintena de familiares y amigos, entre todos los invitados sumaban una dentadura completa. La mujer daba el “sí” final y besaba a su nuevo marido entre los aplausos del público presente, cuando McFly interrumpía arremetiendo su automóvil a ciento veinte por hora contra los familiares que salían despedidos por el aire como palomas espantadas en la plaza. Morgan frenó su Corvette justo en frente de la pareja con una violenta coleada, agarró los revólveres y parándose sobre el asiento comenzó a disparar contra todo lo que se moviera. La esposa gritaba enloquecida con su blanco vestido teñido por la sangre de su ex-marido. El cura fue el último en caer, gimiendo detrás de una mesita donde se había escondido. McFly guardó sus armas y fue en busca de la jovenzuela, la cual cargó al hombro y tiró dentro del asiento del acompañante.
- Hasta luego soquetes- dirigió a los que ya eran y arrancó nuevamente hacia la ruta 37.
Frank masticaba un sombrero que había caído dentro del carro. Ella lloraba con furia mientras el viento jugaba con su cabello suelto.
- No te preocupes nena, ya pasó... aquel bastardo no te volverá a tocar-
Comenzó a llorar aún más fuerte.
- Está bien, está bien... no lo nombraremos mas-
McFly largó un escupitajo por el costado del carro.
- Ahora llegamos a casa, nos damos un buen baño caliente y nos relajamos un rato ¿no es cierto Frank?- dijo mirando por el espejo.
El porcino soltó el sombrero y gruñó dos veces.
- Ese es mi muchacho-
La señorita asomó la cara por detrás de sus pequeñas manos entre sollozos.
- ¿Que quieres de mi?- dijo ella.
- ¿Como que, que quiero de ti? Quiero que volvamos a ser como éramos antes, antes de el, antes de todo esto-
- Pe..pe..pe.. pero si nunca te he visto antes en mi vida-

McFly giró su cabeza y la observó detenidamente por primera vez. Retornó su mirada sobre la ruta. Luego la volvió a mirar, esta vez de reojo. Pisó el freno y el carro se detuvo bruscamente sobre la ruta.
- Bájate-
Ella se paró temblando y comenzó a pasar por sobre el costado del carro cuando Morgan le propinó un fuerte empujón en el trasero que la mandó volando sobre unos arbustos. El Corvette aceleró aullando sus llantas contra el asfalto levantando una nube de tierra roja.
- ¿Por qué no dijiste nada Frank? Apuesto que te parece muy gracioso-
El puerco tragó el último pedazo del sombrero y dejó escapar un ruidoso pedo.