jueves, junio 28, 2007

Haga de cuenta que esto no es suyo

Horario de almuerzo en la oficina, López descansa sobre un banco en plaza san martín. Tiene los ojos cerrados, el sol le pega en la cara, se desanudó la corbata. Un hombre vestido íntegramente en seda violeta se acerca y se sienta a su lado. Lo observa de reojo y le dice con voz aguda – Haga de cuenta que esto no es suyo -, López abre los ojos, -¿Como? – El hombre de seda violeta le apoya un reloj dorado sobre la pierna derecha. – Le digo que haga de cuenta que esto no es suyo – López niega con la cabeza – Pero si es que nunca he visto este reloj en mi vida -. El hombre sonríe – Muy bien, muy bien, ahora guárdeselo en el bolsillo interior de su saco -. López se ríe y mira para todos lados - ¿Qué es esto una joda? -. Ahora el hombre niega con la cabeza – La primera parte ya la hiciste bien, ahora guardate el reloj en el bolsillo -. López lo mira a los ojos y se da cuenta que el tipo habla en serio, piensa que talvez se escapo de un manicomio, algún manicomio para gente adinerada, por el pijama. Agarra el reloj cuidadosamente y lo guarda dentro del bolsillo que yace sobre su corazón. – Ahora cierre los ojos y cuente hasta diez -. López cierra los ojos y comienza a contar, cuando llega a cinco abre su ojo derecho y espía, ve que el hombre vestido de seda violeta se aleja. Pero luego se frena y dándose vuelta, vuelve sobre sus pasos y se sienta otra vez a su lado. El hombre comienza a hablar lentamente sobrepronunciando las palabras – Esto le va a parecer un poco extraño, pero que me diría si le digo que usted tiene ahora un reloj de oro macizo dentro de su bolsillo superior izquierdo? -. – Le respondería que usted está completamente loco -. - ¿Ah si?, fíjese nomás -. López mete su mano derecha dentro de su bolsillo izquierdo y saca un chicle de menta y un boleto de tren. El hombre de seda violeta lo mira desencajado – Pero no puede ser -. López se hace el sorprendido – Y sin embargo yo viajo siempre en colectivo, no tengo idea como ha logrado meterme esto aquí dentro -. – No pero realmente debería haber aparecido el reloj, esto nunca me había pasado, perdóneme estoy muy avergonzado- . El hombre esconde su cara entre sus manos y parece llorar. López saca el reloj de su bolsillo y lo apoya sobre la pierna vestida de violeta de aquel hombre – Haga de cuenta que esto no es suyo -. El hombre de violeta ve el reloj y ambos se miran a los ojos. López se retira a su oficina.

miércoles, junio 27, 2007

Nada

Nos encontramos en la mitad de un invierno húmedo en la ciudad de Buenos Aires. Ciertas personas madrugan más que las otras, Pepe se encuentra abriendo su puesto de diarios y acomodando todo en su lugar. Todavía queda largo rato para que se asome el sol. Pepe tiembla, pero no es por el frió, hoy siente que le pica algo por dentro pero no sabe donde rascarse. Va y vuelve sobre sus pasos bajo la luz blanca que ilumina su puesto.

¿Por qué ser una cosa cuando puedo ser nada? Aflojar los barrotes de esta jaula que me nombra y me posiciona. Que bueno sería nadar en la nada más absoluta de la circunstancialidad. Mientras menos cosas sea más libre me he de sentir. Que me golpee solo el tiempo, con sus pesados tics y tacs, de los que nadie puede escapar.
No quiero ser ni argentino ni bostero ni peronista, todo esto ya me queda chico y me tira para abajo, como correr cuando uno lleva puesto ropa mojada.
Desde la cima de las montañas de la libertad gritaré mis sueños hacia los cuatro vientos, pues mañana no se que camino tomaré.
Desde hoy seré únicamente una persona, habitante de este mundo, lamentablemente atado al tiempo, al tiempo y nada más.


Un cliente se acerca, lo reconoce, es Julián de acá a la vuelta. Pepe agarra y acomoda el diario Clarín y una revista para hombres que él suele comprarle.

Julian: ¿Como estas Pepe?

Pepe: Lamentablemente atado al tiempo, al tiempo y nada más.

Julian: (Mirando hacia el cielo) Uh, si, se viene una tormeeenta. ¿Me anotas esto? Nos vemos, cuidate!

Julian se aleja apurado. Pepe se sienta en su banquito dentro del puesto.

Talvez en la muerte dejemos de ser tiempo, talvez no, de todas maneras prefiero no averiguarlo todavía.

Sus ojos se apoyan sobre un pilón de revistas con muchachas que le hacen frente al invierno porteño con su piel como único abrigo.

Que buen ojete.