Un
Fiat 500 blanco avanzaba esquivando autos. El autito estaba claramente en las últimas, lo único que parecía estar funcionando con regularidad era el acelerador. Adentro suyo viajaban tres hombres de negro. Vestían saco negro, pantalones negros, zapatos negros, corbata negra y camisa blanca. Mi amigo Mario y yo habíamos contratado al señor Lupo para que nos llevase a Pádova y nos introdujese dentro de un grupo que manejaba la lotería clandestina local. Verán, Mario y yo nos habíamos cansado de la vida estructurada que llevamos durante nuestra juventud y ahora buscábamos dinero rápido sin importar los medios ni consecuencias. Conocimos a Lupo a través de la novia prostituta de mi tío. Lupo era un pelado con cara de loco, no sabíamos mucho mas de el. Manejaba con decisión, mi amigo iba sentado en el asiento de acompañante y yo atrás. Estábamos ya saliendo de la ciudad cuando Lupo puso el guiño y empezó a girar a la izquierda pero Mario cogió el manubrio y de un volantazo enderezo el carro.
- Pádova queda del otro lado de la montaña- dijo tranquilamente.
Lupo asintió sin decir nada y comenzamos a subir. El autito se quejaba pero pronto llegamos a la cima. En los bordes de la ruta se podían ver algunos parches de nieve entre las rocas que se resistían en las alturas al calor del verano. Desde acá arriba podíamos ver el mar a nuestra derecha. El auto emprendió la bajada y en poco tiempo marchábamos otra vez por la ruta costera. Andábamos en silencio. Al rato Lupo dobló y nos adentramos en una playa. Bajó corriendo y se arrodilló en la arena. Mario y yo nos miramos perplejos y decidimos ir a ver que ocurría. Fui hasta su lado y me arrodillé junto a él, vi que rascaba la arena y juntaba piedritas en una mano. Lo hacía con extrema concentración. Cuando había juntado una mano completa me las pasó y dijo que las guardara. Un par de niños nos miraban y reían de nosotros. Volvimos al auto y regresamos a la ruta. Observe las piedritas en mi mano, me pareció que no tenían nada de especial y tuve que preguntar.
- ¿No te importaría decirme para que son la piedritas estas?-
Lupo volvió a asentir y respondió como si nada.
- Teníamos que despistar-
Mi amigo me miró preocupado y guardé las piedras en mi bolsillo. Seguimos andando. Estábamos pasando por una gasolinera cuando Lupo frenó, se bajó del auto y caminó decidido hacia un hombre de espaldas que hablaba en un teléfono público. Cuando estuvo a un par de metros se detuvo en sus pasos, dio la vuelta y volvió corriendo al auto. Nos pusimos en marcha y explicó.
- No era él-
- ¿No era quien?-
Pero Lupo no respondió y nosotros no indagamos, es mejor no hablar mucho con un hombre que actúa tan impulsivamente. Al rato pasábamos por una idéntica gasolinera y él volvió a actuar de la misma manera. Había otro hombre al teléfono. Lupo llegó a su lado, sacó un revolver y le disparó en la cabeza ante nuestra atónita mirada. Cuando volvía corriendo al auto dos hombres salieron de la cafetería y dispararon hacia nosotros, pero rápidamente escapamos sin que nos llegase una bala. Lupo reía a carcajadas y con increíble felicidad nos miro y dijo.
- Matamos a Gennaro Mancuso-
Casi me desmayo.
- ¡Gennaro Mancuso!- gritó Mario.
- Si, ¿no es grandioso? Ahora si que seremos gente importante-
Yo negaba con la cabeza, todavía no lo podía creer.
- No, esto no es grandioso, esto es terrible, esto nos dará un nombre... nosotros no queremos tener nombre... Gennaro Mancuso tenia un nombre maldita sea-
Los nombres son terribles insinuantes de drásticos finales pensaba yo mientras caían las primeras gotas de lluvia sobre el parabrisas.
El relato tenía mas sentido cuando lo soñé