A Sánchez le gustaba desconcentrarse totalmente de la pelea en los momentos previos a subirse al ring. Necesitaba relajarse, pensar en cualquier otra cosa. Treparse al cuadrilátero como quien pasa de la cama al living, y recién ahí, una vez sonada la campana transformarse en una maquina demoledora. En el vestuario, mientras se envendaba las manos y ponía los guantes, le hacía leer en voz alta a un asistente artículos de revistas de diversos temas en los cuales Sánchez se zambullía fervorosamente escapando de la inminente disputa. Y la noche del título mundial no fue la excepción. Era una nota sobre los déjà vu y sus posibles explicaciones. Sánchez se interesó particularmente por una que afirmaba que los déjà vu sucedían cuando dos mundos paralelos y casi idénticos compartían un mismo espacio temporal y en ese instante se miraban a los ojos. De esta manera intercambiaban información y producían ese efecto de recuerdo lejano en las mentes humanas. A veces la cantidad de información intercambiada era tal que esta dejaba una huella visible en estos espacios-tiempos, y aunque sutil, imborrable, como cuando uno desdobla la punta de una hoja marcada en un libro.
Camino del vestuario hacia el ring escuchaste el publico rugir mas que ninguna otra vez, pero de todas maneras no quisiste cortar tu desconcentración, tu concentración en lo otro, algunas veces fueron las ballenas francas o las pirámides de Egipto, esta vez los déjà vu. Subiste tranquilo y pasaste por entre las cuerdas, comenzabas a dejar venir el animal de a poquito, levantaste los puños y saludaste al público, en los aplausos sentiste que tenias a la mayoría del publico de tu lado, que la hecho de hacer la pelea en tierras neutrales había sido buena idea, en los Estados Unidos hubieras sido abucheado sin importar que tu rival sea negro. Los déjà vu, esa sensación de familiaridad y extrañeza, el animal tenía que esperar para saltar recién con el campanazo. Otra vez el rugido del público, viste subir a Jones golpeando el aire furiosamente con sus puños de rojo, lo mediste casi de reojo mientras estirabas los brazos hacia atrás y calentabas los músculos. El momento en que dos mundos paralelos se miran a los ojos, la bestia se sacude y se agazapa, expectante pero serena. Tu entrenador te llamó la atención, el árbitro los estaba convocando al centro del cuadrilátero para decirles esas cosas que ya saben, pero sobre todo para que se enfrenten los rivales, se observen detenidamente, la presa se encuentra con los ojos de la bestia y se echa a correr. Volviste para tu rincón y ahora lo único que había en el mundo era aquel negro de enfrente y una campana como una cadena que te agarraba del cogote pero que estaba a punto de ceder.
Salí a embestirlo y devorarlo crudo como hago siempre, pero me encontré con la respuesta de un rival realmente digno de mi furia. Logré meter algunos guantazos que hubieran destrozado otros vagos que enfrente en el pasado pero también recibí un par de golpes como relámpagos de fuego de parte del negro. Sonó la primera campana y creo que ambos volvimos sorprendidos para nuestros rincones. Mi entrenador me recibió con gritos de aliento y solo pensé en volver con más fuerza. Los rugidos del público bajaban al ring como oleadas de viento caliente. Pegué y pegué como trenes pesados y certeros pero me encontré con una pared de acero y no podía dejar de pensar en sus guantes rojos como si fueran de fuego cada vez que me llegaban sobre el rostro. Los rounds fueron pasando y sentía como si la cabeza se me hubiera hinchado hasta duplicar su tamaño y se me había encendido en llamaradas naranjas. Jones sangraba de su parpado derecho y eso alentaba mi animal que ya estaba cansado. Los brazos me pesaban como si estuviéramos peleando bajo el agua. El negro me lanzó un puñetazo cruzado que supe esquivar, por un instante que debió ser ínfimo mi rival perdió el balance y quedo a cara descubierta. Nos miramos a los ojos y supimos que era su final. Volví a encarrilar el tren ahora pesado y lleno de pasajeros hacia su mandíbula y la embestí con todo el peso de mi cuerpo. Mi puño le hizo girar la cara hasta que su pera alcanzó su hombro y comenzó a caer como una bolsa de elefantes muertos. El público explotó con ráfagas blancas y de colores y mis oídos se llenaron de algo que venía desde muy lejos, como de otro tiempo. Miré al negro caer como si lo hubiera visto caer ya de aquella forma idéntica; con su brazo izquierdo hacia atrás y después del cuerpo, y su brazo derecho para adelante, su puño enguantado quedando atrapado entre su cuerpo pesado y la lona blanca. Su cabeza llegando al suelo de costado y hacía mi, su rostro ausente de persona como un muñeco. Si, ya lo había visto, ya lo había sentido, ¿pero donde? El arbitro me levantó el puño izquierdo y aquel pelado ya me lo había levantado de la misma forma hace muchos años en algún lado lo puedo jurar por dios. Mi entrenador entró corriendo como si viniera desde un álbum de fotos familiares y me cubrió la cabeza con la bandera argentina y un abrazo que claro ya me había abrazado. Por un instante quedé en la oscuridad de la bandera.
Sentí que todo el peso de mi cuerpo estaba siendo sostenido por debajo. Los ojos me pesaban increíblemente pero de a poco los pude ir abriendo. Por un momento solo vi el blanco de los faroles pero poco a poco se fueron dibujando otras imágenes. La gente gritando y saltando. Saqué mi puño derecho de debajo de mi cuerpo y trate de acomodarme un poco, estaba muy dolorido, la mandíbula me estaba matando. Mi entrenador se acerco entre la gente para ver como me sentía, me preguntó si sabía que acababa de ocurrir, si sabía donde estaba, no le contesté. La gente que saltaba se veía tan grande desde abajo. Todo me llegaba lentamente y como desde otro lado, como si viniera desde abajo del agua, parecía familiar pero mojado o pegajoso. Una mole negra envuelta en la bandera estadounidense se doblo frente a mí y me dio la mano, creo que me felicitó, luego se desdobló sobre sus pies y alzó sus brazos para el público.
Vida de Daniel Zariello (1956-2024)
Hace 4 meses.